Diseñar una sala de capacitación adaptada a los estilos de aprendizaje no es solo una cuestión estética o técnica: es una necesidad estratégica para mejorar el rendimiento de los equipos. Los entornos de formación están evolucionando. Hoy, los espacios deben ser flexibles, integradores y diseñados para facilitar una experiencia inmersiva que responda a la diversidad de formas en las que las personas aprenden. Ignorar esta realidad es perder eficacia formativa.
1. Comprender los estilos de aprendizaje: el primer paso
Cada persona procesa la información de manera diferente. Algunos prefieren observar, otros actuar. Están quienes aprenden mejor escuchando, mientras que otros necesitan manipular o visualizar conceptos. Por eso, entender los estilos de aprendizaje —visual, auditivo, kinestésico y lectoescritor— es esencial para crear una sala que funcione como catalizador del conocimiento.
Diseñar con base en estos perfiles no significa complicar el espacio, sino hacerlo más efectivo.
2. Espacios modulares: flexibilidad que potencia la formación
Un diseño rígido y estático limita el potencial del aprendizaje activo. Por el contrario, una sala de formación flexible con mobiliario móvil, mesas reconfigurables y estaciones de trabajo variables permite adaptarse a dinámicas grupales, talleres prácticos o sesiones magistrales. Así, se respeta el ritmo y la manera de aprender de cada participante.
Además, gracias a una distribución modular, los formadores pueden dividir a los grupos según el estilo de aprendizaje predominante, creando microambientes focalizados.
3. Integración tecnológica al servicio del aprendizaje
Hoy en día, la tecnología debe estar integrada de forma natural. Pantallas interactivas para quienes necesitan visualizar; sistemas de audio envolvente para los perfiles auditivos; plataformas digitales de interacción para quienes prefieren escribir o recibir retroalimentación constante. De esta forma, la tecnología no sustituye, sino que potencia el proceso formativo.
Además, contar con entornos híbridos (presenciales + virtuales) es indispensable para llegar a todos los estilos y ritmos de aprendizaje, incluso en contextos asincrónicos.
4. Iluminación, color y acústica: los aliados invisibles
No basta con tener sillas cómodas y Wi-Fi. La luz natural favorece la concentración. Los colores suaves invitan a la calma, mientras que una buena acústica evita distracciones. Estos elementos, aunque a menudo ignorados, tienen un impacto directo en la retención de la información. Adaptar una sala de capacitación a los estilos de aprendizaje implica también atender estos aspectos sensoriales.
Por ejemplo, el uso de paneles acústicos móviles no solo mejora el sonido, sino que permite redefinir el espacio según la actividad.
5. El papel del mobiliario inclusivo y ergonómico
El mobiliario debe ajustarse al cuerpo y a la actividad. Mesas ajustables, sillas ergonómicas, estaciones de trabajo que permiten tanto estar sentado como de pie: todo esto contribuye a que los asistentes se sientan cómodos durante largos periodos, mejorando su concentración. Y, por supuesto, es vital que estos elementos estén pensados para personas con distintas capacidades físicas.
Una buena práctica es disponer de rincones diferenciados: uno para lectura silenciosa, otro para trabajo colaborativo, otro más para exposiciones.
Conclusión: Aprender es también habitar
Adaptar una sala de capacitación a los estilos de aprendizaje no es simplemente un reto de diseño, sino una apuesta por una formación más humana, más eficiente y más alineada con la realidad del siglo XXI. En última instancia, aprender también es una experiencia de habitar un espacio. Y ese espacio debe hablar el lenguaje del aprendizaje.